miércoles, 25 de junio de 2008

LA LICANTROPÍA

Hoy en nustro ricón esotérico habalremos acerca de la licantropía. ¿A quién les hacer recordar?. Si!. A nuestro queridísimo amigo Jacob Black... Pero: ¿De donde surge la leyenda?, ¿Cuál es su origen o atecendentes?, ¿En que consiste?. Todo esto y mucho más en el siguiente informe...

Las leyendas de la metamorfosis de un hombre en lobo existen desde la más remota antigüedad, y sus orígenes y fuentes se pierden en la noche de los tiempos.
En esta oscuridad nace el mito, cuyas características son en cierto modo incongruentes, aún para esa lógica poética que llamamos mito. Dentro de esa hermosa visión del horror, se destacan, al menos para mí, la proyección de rasgos humanos y a la vez bestiales. Lo lógico, la respuesta natural ante los horrores que esconde la vida rústica, sería imaginar a los temidos depredadores naturales como vehículo catalizador del mito, sin embargo la laberíntica mente humana eligió evocar sus pesadillas a través de la piel de un hombre, cambiado en lobo mediante determinadas circunstancias que varían según la latitud del mito, pero que siempre mantienen un rasgo común: el verdadero enemigo no es el lobo, sino el hombre que lo encarna.
Los primitivos habitantes que arribaron a europa encontraron un medio hostil, de bosques y pantanos; pero el lobo ya era conocido por ellos. Las oleadas migratorias de indoeuropeos traían consigo la palabra que los designaba, y su raíz no ha cambiado hasta el día de hoy: Vrika, Lycos, Lupus, Vulf, Wilf, Irfus, Wolf, Lobo. Todas estas variantes tienen un tallo común, el vocablo indoeuropeo, Vrik, que designaba a los lobos en general.
No se necesitó mucha imaginación para dotar al lobo de astucia, fuerza, e inteligencia, ya que estas virtudes le son inherentes, y posiblemente allí radique el temor ancestral que los lobos siempre han despertado en el hombre.
El antecesor del mito del hombre lobo es Lycaón, aquel desdichado rey de Arcadia. El mito es recogido por Pausanias, Platón y Ovidio, entre otros tantos. Lycaón era hijo de Pelasgo, o de Titán, y de la Tierra; fue el padre fundador y primer rey de la ciudad de Licasura, erigiendo un altar en el monte Liceo en honor a Zeus Tonante. Sin embargo, cometió la imprudencia de querer engañar a los dioses, invitándolos a un banquete en el que hizo servir la carne de su propio hijo disimulada en una especie de guiso. La herejía fue desenmascarada, aunque es de caballeros confesar que al menos Demeter alcanzó a degustar el insólito manjar, y Zeus condenó a Lycaón y a toda su estirpe a convertirse en lobos.
De esta leyenda nace la tradición del hombre lobo. Lycaón es una deformación de la palabra griega lykhos, “lobo”; que con el tiempo terminaría por designar a todos los hombres lobo mediante la palabra compuesta "licántropo" (lykhos, “lobo”, anthropos, “hombre”).
Muchos estudiosos afirman que la leyenda de la transformación en lobo durante la luna llena es una adición medieval, pero no es así. Ya Plinio el Viejo, en su Historia Natural, nos narra la historia del hechicero Domaco, quien por haber cometido antropofagia fue condenado a convertirse en lobo durante las noches de luna llena.
El mito del hombre lobo floreció en toda la literatura antigua; incluso tiene una breve aparición en el Satiricón. Allí, en el capítulo XLII. uno de sus pícaros protagonistas, llamado Nirceo, nos relata cómo unos de los soldados se aproximaba al cementerio durante la luna llena, se despojaba de sus ropas dejándolas sobre una tumba, orinaba sobre ellas, y luego se convertía en un feroz y enorme lobo negro. Así concluye Petronio la historia del licántropo en boca de Nirceo.
...comprendí entonces que era el lobo del que me había hablado Melisa, y a partir de entonces me habría dejado matar antes que comer un trozo de pan en su compañía. Los que no me conozcan, y crean que miento, allá con su juicio, pero que me ahoguen los genios tutelares de esta casa si lo que he dicho es falso...
Ahora bien, no sólo la antigüedad clásica conoció a los hombres lobo, de hecho, el concepto de metamorfosis estaba muy ligada a la mentalidad nórdica, cuyas divinidades solían adquirir la forma de osos y lobos para mostrarse ante los humanos. Este tipo de transformaciones fueron luego adoptadas por la gente de los Balcanes. Muchas de estas leyendas estaban basadas en hechos reales, incluso muchas fueron tomadas en serio por intelectuales de la talla de Plinio, Estrabón, Dionisio, Virgilio, Varrón, San Agustín, San Jerónimo, Santo Tomás de Aquino, Paracelso, etc.

Algunas Leyendas.

Una de las leyendas de hombres lobo provenientes de los Balcanes, asegura que si un hombre bebe en las mismas aguas en las que recientemente haya abrevado un lobo, puede transformarse en licántropo.
En Irlanda se creía que si un fraile era excesivamente severo con sus fieles durante la víspera de Pascuas, estos seguramente se convertirían en lobos. Incluso el célebre San Patricio maldijo a un clan irlandés por su falta de fe, por lo que todos sus miembros se convirtieron en lobos en un plazo de siete años.
Algunas leyendas españolas mencionan que las brujas locales tenían una particular facilidad para convertirse en lobas, y se afirmaba que si una de estas damas observaba fijamente a un infante, éste también pertenecería al selecto clan de licántropos.
En italia eran menos complicados en cuanto a las posibilidades de transformación, ya que sólo bastaba haber sido concebido durante el plenilunio, o dormir a la intemperie durante los viernes bajo la luz de la luna para pertenecer a la familia de los licántropos.
El hombre lobo podía adquirir varias formas, a veces adoptaba la figura de un lobo negro de enormes dimensiones, o también como un ser de forma humana, pero excesivamente velludo y de profundos ojos rojos. Esta última forma es la que supo tener más representaciones ilustrativas en los grimorios.
Los hombres lobo de la edad media atacaban directamente al cuello, y consumían la carne cruda, aunque no los órganos, sino sólo los músculos y la piel.
En general, se pensaba que las brujas podían convertirse en lobas mediante el empleo de ciertas capas con propiedades mágicas. Esta creencia también logró una especie de metamorfosis, ya que con el tiempo se convirtió en arte. En la fantástica obra de Goya, El vuelo de las brujas, puede verse a una hechicera bajo un manto, momentos antes de adoptar la forma de una loba para acudir al aquelarre.
Durante el apogeo de la Santa Inquisición, no era necesario contemplar a un hombre lobo para detectarlo, ya que existían señales muy precisas para comprobar si un hombre cambiaba su forma durante las noches.
Algunos de los “síntomas” que se atribuían a la licantropía eran los siguientes:
Renguera, inflamación del rostro, insensibilidad ante la picadura de insectos, utilización de palabras cuya semántica era sospechosa, insensibilidad ante las punzadas aplicadas por los piadosos inquisidores, etc. Estas eran algunas de las excusas para torturar a los acusados de licantropía, pero quizás la más famosa de todas era la llamada “Clamores de vientre”.
En Italia, durante el siglo XVI, se pensaba que a los hombres lobo cuando adoptaban la forma humana, ocultaban su exceso de pelo en el interior del cuerpo, es decir, el hirsuto y negro pelaje crecía hacia adentro durante el día para brotar durante la metamorfosis. Existen varias referencias a los pobres diablos que cayeron bajo las garras de esta creencia, quienes eran escaldados por el clero para probar las irrisorias acusaciones de licantropía.
Los procedimientos y procesos contra los hombres lobo son variados y muy numerosos, y los remedios para combatirlos son tantos que sería imposible describirlos a todos, por lo que sólo daremos cuenta de los más célebres, lo que no quiere decir que sean los menos absurdos.
En Francia se creía que el único modo de matar a un hombre lobo era extraerle tres gotas de sangre; tarea que seguramente es más complicada que inverosímil. Por si la dificultad fuese de por sí escasa, la tradición quiere que la extracción de las tres gotas tenga lugar durante la metamorfosis.
En los Balcanes fueron más prudentes en este sentido, ya que bastaba con darle al licántropo una infusión de acónito (una planta medicinal) para eliminarlo.
Para aquellos fundamentalistas de la tradición, les advertimos que la creencia en las balas de plata como medio de matar a un hombre lobo, se remonta precisamente a la época en que las balas fueron inventadas. Mi búsqueda de casos de leyendas de licántropos eliminados mediante el disparo de balas de plata anteriores a la invención de la pólvora, han dado resultados negativos.
Aclaramos que no sólo basta una bala de plata para matar a un hombre lobo. El asunto es un poco más complicado, ya que la bala debe estar confeccionada con la plata de algún objeto religioso o sagrado, y luego santificada por un clérigo o leguleyo.
La leyenda es tan conocida que no nos creemos capaces de aportar nada nuevo, de hecho, sólo hemos recopilado información sin sacar ninguna conclusión personal. Para que no se nos acuse de tibieza patológica, haremos una pequeña aportación al debate, algo esquiva si se quiere, pero que no deja de ser original:
Los hombres lobo no existen, es decir, no existe en ninguna leyenda la combinación de ambas naturalezas, jamás leeremos que un licántropo puede hablar, ni razonar, ni amar; tampoco veremos a un hombre con características lobunas, ya que de tenerlas sería un lobo y no un hombre. Existen los lobos y existen los hombres, y la leyenda sólo tiene sustancia durante ese breve instante de la metamorfosis, en esos escasos segundos en los que se confunden dos naturalezas; en donde dos esencias se balancean sin imponerse una a la otra. Sólo en esos efímeros momentos podemos hablar de un ser que es parte hombre y parte lobo.
Arriesgo otra hipótesis: todos padecemos una metamorfosis diaria, todos los días nos transformamos en un ser que no somos, y del que no tenemos conciencia de sus actos, aunque posea nuestros rostros y sea animado por nuestros corazones. De hecho, en unos instantes, cuando termine este artículo (que ya no sé de qué habla), me transformaré en otro y a la vez seguiré siendo yo: seré ese tipo que convive conmigo en otra realidad, aunque jamás nos crucemos ni un instante, en resumen, seré esa inconcebible abstracción que es cuando duermo.